Dicen que en el siglo XV un conde que llegó a ser principe de la región de Transylvania, mostró desde pequeño una asombrosa admiración por las mazmorras del castillo de su padre. Sus rasgos finos y afilados, su pálida piel, su espeso bigote y su melena negra, sus uñas puntiagudas y, sobre todo, sus prominentes colmillos constituían el rostro de la pesadilla de cualquiera de sus enemigos que, aún hoy al leer las páginas de Bram Stoker, revive en las entrañas del pánico. Él es Vlad Draculea Tepes.
domingo, 1 de fevereiro de 2009
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