Si hay algo que no falta en Berlín son memoriales (sobre el holocausto, para las víctimas de la 1ª Guerra Mundial, las víctimas de la 2ª, los soviéticos muertos durante la guerra, las vícitimas del nazismo, etc. etc.). Lo curioso es que no cuando los idearon, no se limitaron a poner una placa con cierta cita, un obelisco o una estatua, sino que pensaron la forma más simbólica de hacerlo para obligar a los ciudadanos y visitantes a reflexionar.
El memorial para las víctimas del holocausto, por ejemplo, son cientos de estelas de hormigón, que para unos parece un cementerio con sus tumbas, para otros los vagones de un tren (el que llevaba hacia los campos de exterminio) y para otros la evolución de lo que empieza como simple prejuicio (=estelas de hormigón pegadas en el suelo) y acaba por superar lo que está a nuestro alcance (=estelas de 3 metros).
En la Bebelplatz, como ya hemos comentado, se encuentra el memorial dedicado a los libros que se quemaron durante el nazismo en la noche de los cristales rotos (1933). Se trata de una placa de cristal en el suelo, a través de la cual se ve una sala blanca encerrada con varias estanterías vacías, con una cita premonitoria de Heinrich Heine, 100 años antes, que dice: "Eso fue solo un preludio; allí donde se empieza quemando libros, se acaba por quemar personas".
Con este edificio del barrio judío, destruido por la mitad durante un bombardeo de la 2ª guerra mundial, optaron por no reconstuirlo, dejar las dos partes contiguas, una a cada lado, y simplemente escribir el nombre de cada familia que allí vivía en el hueco correspondiente a su apartamento.
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