Y desde Calp, cogiendo el mismo ferrocarril, se puede ir hasta Altea, un pueblito muy similar. Es como un anfiteatro erguido ante el mar, una atalaya del Mediterráneo que nos fascinó. Sus calles son muy pintorescas, llenas de rinconcitos preciosos, con talleres de artistas, tiendas de artesanía y cafés dignos de dibujar. Y arriba de todo, cuando ya uno pierde hasta el aliento, una iglesia preciosa con un mirador al lado. Realmente vale la pena. Nos encantaría volver en otra ocasión, sin duda.
domingo, 17 de abril de 2011
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